lunes, 18 de febrero de 2013

Democracia. Cuestionar el oropel con que vienen a veces los triunfos fáciles, las derrotas disfrazadas

Si el Estado mexicano ya no basta para defendernos, ¿se vale la autodefensa? Si el Estado ya no basta (en general), ¿qué aplica entonces? Si la memoria no me falla, la Constitución dice que el pueblo tiene en todo momento el inalienable derecho de cambiar su gobierno.

Estamos en una de esas temporadas (¿hay de otras en México?) en que cuestionarnos sobre la realidad de la democracia en el país es no sólo necesario, sino indispensable.

Tal vez la utopía está a la vuelta de la esquina, quizá de tanta violencia nos venga la anarquía entendida como autogobierno. Hoy elijo creer.




¿Aceptar el oropel de una democracia a la que la alientan, y esto de raíz, la corrupción y la impunidad?, el peor de los tratos posibles, en efecto.

Estoy de acuerdo con los que insisten una y otra vez, otra vez y una (de otra manera no sería insistir) en que todo verdadero cambio inicia en el coto privado de nuestras decisiones más íntimas. Y me parece, porque creo que el Estado es una relación y no una serie de instituciones establecidas e inamovibles, que ese es el tipo de sociedad que nos merecemos: alerta, crítica, dinámica, propositiva. Esto apenas empieza, eso se dice, y ojalá sea así.

Mientras que los adultos acostumbrados a obedecer, o ya para siempre derrotados por el fracaso o la comodidad, o a los que animan intereses más oscuros y complicidades más viejas, se conforman con la mejor parte de un mal trato, adulando a una "democracia" a la que entrecomillan con toda justicia el escandaloso ejercicio de la corrupción y el mal uso de los recursos públicos; los jóvenes, hoy por hoy el verdadero tesoro de esta nación, hacen bien en reclamar la mejor parte del mejor trato posible: un estado de derecho en el que el primer derecho sea cuestionar al Estado y el estado de cosas imperantes.

Así, en largas jornadas —cuyas huellas, como migajas, van dejando en Twitter— llenan las calles en manifestaciones multitudinaria recuperando así, de esa forma festiva y vociferante, el espacio público. Y yo prefiero eso mil veces al dominio que han ejercido sobre el mismo, y siguen ejerciendo de manera más visible en ciertas zonas del norte del país, el narco y la guerra calderonista que sólo ha dejado cabezas y manos y sangre regados por todos lados.

Propongamos las bases de ese trato que es la relación en la que todos estamos juntos y a la que llamamos, por algo ha de ser, Estado. De eso, y no de otra cosa, se trata vivir en sociedad y tener, claro está, una relación.


Texto de Cristina Rivera Garza. La mejor parte del mejor trato.

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